jueves, 29 de octubre de 2015

Manda huevos...




Anoche, en una de esas conversaciones en las que se habla de lo humano y lo divino, acabé haciéndole una confidencia a un amigo de la que, en ese momento -que no ahora-, pensé había sido un error. Le conté que hacía unos días me había nacido una inseguridad. Había conocido a una joven, muy mona, atractiva y, por supuesto, inocencia pura. Ya sabéis… Joven que no influye para nada en mi vida ni ejerce efecto alguno sobre lo que me rodea, pero que sí lo ha hecho sobre mi persona. ¿Por qué? No se…, supongo que me estoy haciendo, como dice mi loco bajito, mediana, pero ya tirando a grande, el tiempo pasa y los años con él… 
Él -mi amigo digo-, que es muy habilidoso en lo que se refiere a las palabras, hizo uso de una divertida metáfora para hacerme ver algo que, según él, es más que evidente. Habló de huevos de gallina. Me explicó las diferencias que hay entre claras y yemas. Las claras, dijo, son ligeras. Proteínas. Yo, que no mi amigo, las uso para hacer merengues, cremas e incluso para dar esponjosidad a los bizcochos sin necesidad de añadir nada químico, 100% natural. Los médicos las recomiendan, son sanas y bajas en materia grasa. Las yemas son el otro lado, el oscuro. Puro sabor, ideales para hacer salsas, dar cuerpo y, cómo no, ricas en grasas. Son "el colesterol de los huevos", la parte "mala", hasta los médicos las desaconsejan recomendando tortillas sólo de claras. Pues bien, para mis dulces son imprescindibles, son el ingrediente que, junto a la mantequilla, permite la absorción de los aromas y potencia los sabores, da consistencia a las masas y son ideales para cremas de relleno. Crema pastelera, yema tostada, lemon curd, etc., todos tienen algo en común, todos llevan yemas, sólo yemas. Pues bien, después de toda esta explicación, que es lo que nosotros (nosotros = grupo de amigos) llamamos la parte técnica del asunto, que sí, que está muy bien saber por qué y el cómo de las cosas, que si plin más plan dan pataplán, bla bla bla... después de toda esta explicación teórica es cuando viene lo bueno, lo que yo llamo la chicha. 
Resumiendo: La joven es la clara. Suave, ligera y nutritiva. Bate que te bate, sale mucha espuma pero poca chicha. Esponjosas, sí. Llenan mucho en el momento, pero en media hora vuelves a tener hambre. Yo, la chica mediana tirando a grande, soy la yema. La que incita a mojar pan. «Piensa -dijo mi amigo- ¿por qué crees que la gente se pone tan contenta cuando le sale un huevo de dos yemas? ¿Por qué crees que los pagan más caros? ¿Qué prefieres, huevos en tortilla o fritos? Yo -o sea él, mi amigo-, elijo fritos, pero habrá de todo»; siempre tan correcto mi amigo.
Acabamos 2 horas y 31 minutos más tarde, riéndonos de nosotros mismos y, cómo no, recordando cuando fuimos claras y ansiábamos mojar pan en las yemas. No importa cómo me sienta, esté riendo o llorando, da igual, nunca importa, de una forma u otra él siempre me hace reír.